FELIZ AÑO 2016 PARA TODOS
Hermanos,
Hermanas, los saludo con inmensa alegría
después de la celebración
del acontecimiento de la Navidad, en la
que hemos recordado el grande regalo que
nos hizo Dios nuestro Padre, enviándonos
a su Hijo Único, nuestro Señor
Jesucristo, para salvar al mundo, dándonos
su paz y su amor.
Al
comienzo de este Nuevo Año, queremos
ver un nuevo horizonte en nuestras vidas,
y en la vida de todos los hombres, pero
hay temores de que las cosas no cambien,
sino que empeoren; nos está invadiendo
el desaliento, la desesperanza, la frustración,
porque hemos puesto nuestra mirada en los
humanos, y en las cosas de este mundo que
no tienen consistencia.
Nos hemos olvidado que somos hijos de Dios, y por consiguiente que somos hermanos; nos vamos encerrando en nuestro propio egoísmo que nos llena de insatisfacciones y desilusiones, que nos destruye. Es necesario levantar nuestra mirada a lo alto y guardar silencio para escuchar a Dios que nos habla en muchas formas y lenguajes, es decir, es necesario reavivar nuestra fe en Él, confiar en Él y descubrir que en verdad nos ama y nos quiere comunicar su vida; pero nuestra mente y corazón se han dañado con tantos ruidos ensordecedores, con tantos mensajes y promesas incumplidas; no hemos sabido escucharlo, no nos damos tiempo para buscarlo, no tenemos confianza en Él, confiamos más en nuestros esfuerzos personales y apoyos humanos; lo material nos ha invadido, ha ocupado el lugar de lo noble, de lo trascendente, de lo eterno.
Sin embargo, el deseo de paz es una aspiración esencial en cada hombre, y coincide con el deseo de una vida humana plena, feliz, y bien realizada. En otras palabras, el deseo de la paz se corresponde con un principio moral fundamental, a saber, con el derecho y el deber a un desarrollo integral y comunitario, que forma parte del diseño de Dios sobre el hombre. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios.
Las
Bienaventuranzas proclamadas por Jesús,
son promesas, no son meras recomendaciones
morales; la promesa va dirigida a todos
los que se dejan guiar por las exigencias
de la verdad, de la justicia y el amor.
La paz, presupone un humanismo abierto a
la trascendencia, es fruto del don recíproco,
de un enriquecimiento mutuo, gracias al
don que brota de Dios, y que permite vivir
con los demás y para los demás.
LA
PAZ, DON DE DIOS Y OBRA DEL HOMBRE.
La paz concierne a la persona en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de la paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. La paz se construye en una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia.
La
realización de la paz depende en
gran medida del reconocimiento de que, en
Dios, somos una sola familia humana, se
estructura mediante relaciones interpersonales
y animadas por un “nosotros” comunitario,
que implica un orden moral interno y externo,
en el que se reconocen sinceramente, de
acuerdo con la verdad y la justicia, los
derechos recíprocos y los deberes
mutuos. La paz es un orden vivificado e
integrado por el amor, capaz de hacer sentir
como propias las necesidades y las exigencias
del prójimo, de hacer partícipes
a los demás de los propios bienes,
y de tender a que sea cada vez más
difundida en el mundo la comunión
de los valores espirituales.
Los
que construyen la paz son quienes aman,
defienden y promueven la vida en su integridad.
Todos los que trabajan por la paz, estamos
llamados a cultivar la pasión por
el bien común de la familia y la
justicia, así como el compromiso
por cultivar los valores cristianos en nuestros
hijos.
Mis hermanos y amigos:
¡¡¡Feliz Año Nuevo, y que Dios los bendiga con su paz!!!
Miguel Alort
miguelalort@paralagloriadedios.com
miguelalort@hotmail.com
En Cristo y María. Miguel Alort.
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