Reflexión diaria del evangelio.

Lecturas diarias de la liturgia, reflexiones diarias del Evangelio.

Reflexión diaria de la Palabra de Dios.

Lecturas diarias de la liturgia, reflexiones diarias de la Palabra de Dios.

El rezo diario del santo rosario

El Rezo diario del Santo Rosario y la meditación nos ayudan a contemplar los misterios de nuestra salvación.

Audiencia de los miércoles del Papa.

Durante la Audiencia General, el Papa dedica una catequesis sobre un tema en particular, después la resume en diferentes lenguas.

Mensaje del Papa previo al rezo del Angelus.

El Papa dirige su mensaje y reza el Ángelus con los fieles.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Audiencia del Papa

AUDIENCIA DE LOS MIÉRCOLES DEL PAPA FRANCISCO

Miércoles 29/09/2021. El Papa Francisco ha continuado hoy la catequesis sobre la enseñanza de San Pablo. El tema de esta mañana ha sido el de la justificación, un tema “difícil pero importante”, ha señalado el Papa. “No somos nosotros con nuestros esfuerzos que nos volvemos justos, sino que es Cristo con su gracia quien nos hace justos”.

Sobre el tema de la justificación, Francisco dijo que San Pablo en la Carta a los Gálatas, como también en la de los Romanos, “insiste en el hecho de que la justificación viene de la fe en Cristo”. El Pontífice ha manifestado que la “justificación nos introduce en la larga historia de la salvación, que muestra la justicia de Dios: frente a nuestras continuas caídas y a nuestras insuficiencias, Él no se ha resignado, sino que ha querido hacernos justos y lo ha hecho por gracia, a través del don de Jesucristo, de su muerte y resurrección”. (RESUMEN EN ESPAÑOL)

RESUMEN EN ESPAÑOL DE LA CATEQUESIS DEL PAPA



El Papa Francisco en la Audiencia General:

«Dios hace justo al hombre también por las obras y no sólo por la fe.»

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos profundizando en la Carta de san Pablo a los gálatas. Uno de los temas que propone —y que ha sido muy discutido a lo largo de los siglos— es el de la justificación. No es fácil dar una definición exhaustiva, pero del pensamiento del Apóstol se desprende que somos justificados por la misericordia de Dios, que nos ofrece el perdón y nos reconcilia con Él por la fe en su Hijo Jesucristo. 

La justificación por la fe destaca la primacía de la gracia, que Dios ofrece a todos los que creen en su Hijo, sin hacer distinciones. Por tanto, lo que nos justifica no es nuestro propio esfuerzo, sino la gracia de Cristo. Su amor gratuito nos permite, a su vez, amar a los demás. Pero esto no significa que en la vida cristiana las obras no tengan ningún valor. Como dice el apóstol Santiago: «Dios hace justo al hombre también por las obras y no sólo por la fe» (St 2,24). Por tanto, la respuesta de la fe exige que expresemos con gestos concretos el amor a Dios y a nuestros hermanos.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Cada uno de ellos realizó una misión especial en la historia de la salvación. Invoquemos su protección, para que también nosotros, con ayuda de la gracia divina, podamos cumplir la misión que el Señor nos encomienda y seamos testigos de su misericordia a través de nuestras obras y con toda nuestra vida. Que Dios los bendiga. Muchas gracias. 

TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA



Catequesis del Papa Francisco: «Cristo con su gracia nos hace justos.» 
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro recorrido para comprender mejor la enseñanza de san Pablo, nos encontramos hoy con un tema difícil pero importante, el de la justificación. ¿Qué es la justificación? Nosotros, de pecadores, nos hemos convertido en justos. ¿Quién nos ha hecho justos? Este proceso de cambio es la justificación. Nosotros, ante Dios, somos justos. Es verdad, tenemos nuestros pecados personales, pero en la base somos justos. Esta es la justificación. Se ha discutido mucho sobre este argumento para encontrar la interpretación más coherente con el pensamiento del apóstol y, como sucede a menudo, se ha llegado también a contraponer las posiciones. En la Carta a los Gálatas, como también en la de los Romanos, Pablo insiste en el hecho de que la justificación viene de la fe en Cristo. “¡Pero, yo soy justo porque cumplo todos los mandamientos!”. Sí, pero de ahí no te viene la justificación, te viene antes: alguien te ha justificado, alguien te ha hecho justo ante Dios. “¡Sí, pero soy pecador!”. Sí eres justo, pero pecador, pero en la base eres justo. ¿Quién te ha hecho justo? Jesucristo. Esta es la justificación.

¿Qué se esconde detrás de la palabra “justificación” que es tan decisiva para la fe? No es fácil llegar a una definición exhaustiva, pero en el conjunto del pensamiento de san Pablo se puede decir sencillamente que la justificación es la consecuencia de la «iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1990). Y este es nuestro Dios, así tan bueno, misericordioso, paciente, lleno de misericordia, que continuamente da el perdón, continuamente. Él perdona, y la justificación es Dios que perdona desde el inicio a cada uno, en Cristo. La misericordia de Dios que nos da el perdón. Dios, de hecho, a través de la muerte de Jesús —y esto debemos subrayarlo: a través de la muerte de Jesús— ha destruido el pecado y nos ha donado de forma definitiva el perdón y la salvación. Así justificados, los pecadores son acogidos por Dios y reconciliados con Él. Es como un regreso a la relación original entre el Creador y la criatura, antes de que interviniera la desobediencia del pecado. La justificación que Dios realiza, por tanto, nos permite recuperar la inocencia perdida con el pecado. ¿Cómo ocurre la justificación? Responder a esta pregunta equivale a descubrir otra novedad de la enseñanza de san Pablo: que la justificación ocurre por gracia. Solo por gracia: nosotros hemos sido justificados por pura gracia. “¿Pero yo no puedo, como hacen algunos, ir donde el juez y pagar para que me de justicia?”. No, en esto no se puede pagar, ha pagado uno por todos nosotros: Cristo. Y de Cristo que ha muerto por nosotros viene esa gracia que el Padre da a todos: la justificación ocurre por gracia.

El apóstol siempre tiene presente la experiencia que cambió su vida: el encuentro con Jesús resucitado en el camino a Damasco. Pablo había sido un hombre orgulloso, religioso, celante, convencido de que en la escrupulosa observancia de los preceptos estaba la justicia. Ahora, sin embargo, ha sido conquistado por Cristo, y la fe en Él lo ha transformado en lo profundo, permitiéndole descubrir una verdad hasta ahora escondida: no somos nosotros con nuestros esfuerzos que nos volvemos justos, no: no somos nosotros; sino que es Cristo con su gracia quien nos hace justos. Entonces Pablo, para tener una plena conciencia del misterio de Jesús, está dispuesto a renunciar a todo en lo que antes era rico (cfr. Fil 3,7), porque ha descubierto que solo la gracia de Dios lo ha salvado. Nosotros hemos sido justificados, hemos sido salvados por pura gracia, no por nuestros méritos. Y esto nos da una confianza grande. Somos pecadores, sí; pero vamos por el camino de la vida con esta gracia de Dios que nos justifica cada vez que nosotros pedimos perdón. Pero no justifica en ese momento: somos ya justificados, pero viene a perdonarnos otra vez.

La fe tiene para el apóstol un valor global. Toca cada momento y cada aspecto de la vida del creyente: desde el bautismo hasta la partida de este mundo, todo está impregnado de la fe en la muerte y resurrección de Jesús, que dona la salvación. La justificación por fe subraya la prioridad de la gracia, que Dios ofrece a los que creen en su Hijo sin distinción alguna.

Por eso no debemos concluir, por tanto, que para Pablo la Ley mosaica ya no tenga valor; esta, de hecho, permanece un don irrevocable de Dios, es —escribe el apóstol— «santa» (Rm 7,12). También para nuestra vida espiritual es esencial cumplir los mandamientos, pero tampoco en esto podemos contar con nuestras fuerzas: es fundamental la gracia de Dios que recibimos en Cristo, esa gracia que nos viene de la justificación que nos ha dado Cristo, que ya ha pagado por nosotros. De Él recibimos ese amor gratuito que nos permite, a su vez, amar de forma concreta. 

En este contexto, está bien recordar también la enseñanza que proviene del apóstol Santiago, quien escribe: «Ya veis como el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente —parecería lo contrario, pero no es lo contrario— […] Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (St 2,24.26). La justificación, si no florece con nuestras obras, estará ahí, bajo tierra, como muerta. Está, pero nosotros debemos realizarla con nuestras obras. Así las palabras de Santiago integran la enseñanza de Pablo. Para ambos, por tanto, la respuesta de la fe exige ser activos en el amor por Dios y en el amor por el prójimo. ¿Por qué “activos en ese amor”? Porque ese amor nos ha salvado a todos, nos ha justificado gratuitamente, ¡gratis!

La justificación nos introduce en la larga historia de la salvación, que muestra la justicia de Dios: frente a nuestras continuas caídas y a nuestras insuficiencias, Él no se ha resignado, sino que ha querido hacernos justos y lo ha hecho por gracia, a través del don de Jesucristo, de su muerte y resurrección. Algunas veces he dicho cómo es la forma de actuar de Dios, cuál es el estilo de Dios, y lo he dicho con tres palabras: el estilo de Dios es la cercanía, compasión y ternura. Siempre está cerca de nosotros, es compasivo y tierno. Y la justificación es precisamente la cercanía más grande de Dios con nosotros, hombres y mujeres, la compasión más grande de Dios hacia nosotros, hombres y mujeres, la ternura más grande del Padre. La justificación es este don de Cristo, de la muerte y resurrección de Cristo que nos hace libres. “Pero, Padre, yo soy pecador, he robado…”. Sí, pero en la base eres un justo. Deja que Cristo haga esa justificación. Nosotros no somos condenados, en la base, no: somos justos. Permitidme la palabra: somos santos, en la base. Pero después, con nuestra obra nos convertimos en pecadores. Pero, en la base, somos santos: dejemos que la gracia de Cristo emerja y esa justicia, esa justificación nos dé la fuerza de ir adelante. Así, la luz de la fe nos permite reconocer cuánto es infinita la misericordia de Dios, la gracia que obra por nuestro bien. Pero la misma luz nos hace también ver la responsabilidad que se nos ha encomendado para colaborar con Dios en su obra de salvación. La fuerza de la gracia tiene que combinarse con nuestras obras de misericordia, que somos llamados a vivir para testimoniar qué grande es el amor de Dios. Vamos adelante con esta confianza: todos hemos sido justificados, somos justos en Cristo. Debemos implementar esta justicia con nuestras obras. 

 

domingo, 26 de septiembre de 2021

El Ángelus del Papa

PALABRAS PREVIAS AL ANGELUS

Domingo 26 de septiembre de 2021. El Papa Francisco ha advertido que el diablo “siempre insinúa sospechas para dividir y excluir” y ha explicado que la cerrazón dentro de la Iglesia es también fruto de la tentación del maligno. Esa cerrazón lleva a hacer “de las comunidades cristianas lugares de separación y no de comunión. El Espíritu Santo no quiere cierres; quiere apertura, comunidades acogedoras donde haya sitio para todos”.





Papa Francisco: «En lugar de juzgar todo y todos, ¡cuidado con nosotros mismos!»

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy nos cuenta un breve diálogo entre Jesús y el apóstol Juan, que habla en nombre de todo el grupo de discípulos. Habían visto un hombre que expulsaba demonios en nombre del Señor, pero se lo impidieron porque no formaba parte de su grupo. Jesús, a este punto, les invita a no obstaculizar a quien trabaja por el bien, porque contribuye a realizar el proyecto de Dios (cfr. Mc 9,38-41). Luego advierte: en lugar de dividir a las personas en buenos y malos, todos estamos llamados a vigilar nuestro corazón, para no sucumbir al mal y dar escándalo a los demás (cfr. vv. 42-45.47-48).

Las palabras de Jesús desvelan una tentación y ofrecen una exhortación. La tentación es la de la cerrazón. Los discípulos querían impedir una obra de bien solo porque quien la realizaba no pertenecía a su grupo. Piensan que tienen “la exclusiva sobre Jesús” y que son los únicos autorizados a trabajar por el Reino de Dios. Pero así terminan por sentirse predilectos y consideran a los otros como extraños, hasta convertirse en hostiles con ellos. Hermanos y hermanas, cada cerrazón, de hecho, hace tener a distancia a quien no piensa como nosotros, y esto —lo sabemos— es la raíz de muchos males de la historia: del absolutismo que a menudo ha generado dictaduras y de muchas violencias hacia quien es diferente.

Pero es necesario también velar sobre la cerrazón en la Iglesia. Porque el diablo, que es el divisor —esto significa la palabra “diablo”, que causa la división— siempre insinúa sospechas para dividir y excluir a la gente. Tienta con astucia, y puede suceder como a esos discípulos, ¡que llegan a excluir incluso a quien había expulsado al mismo diablo! A veces también nosotros, en vez de ser comunidad humilde y abierta, podemos dar la impresión de ser “los primeros de la clase” y tener a los otros a distancia; en vez de tratar de caminar con todos, podemos exhibir nuestro “carné de creyentes”: “yo soy creyente”, “yo soy católico”, “yo soy católica”, “yo pertenezco a esta asociación, a la otra…”; y los otros pobrecitos no. Esto es un pecado. Mostrar el “carné de creyentes” para juzgar y excluir. Pidamos la gracia de superar la tentación de juzgar y de catalogar, y que Dios nos preserve de la mentalidad del “nido”, la de custodiarnos celosamente en el pequeño grupo de quien se considera bueno: el sacerdote con sus fieles, los trabajadores pastorales cerrados entre ellos para que nadie se infiltre, los movimientos y las asociaciones en el propio carisma particular, etc. Cerrados. Todo esto corre el riesgo de hacer de las comunidades cristianas lugares de separación y no de comunión. El Espíritu Santo no quiere cierres; quiere apertura, comunidades acogedoras donde haya sitio para todos.

Y después en el Evangelio está la exhortación de Jesús: en vez de juzgar todo y a todos, ¡estemos atentos a nosotros mismos! De hecho, el riesgo es el de ser inflexibles hacia los otros e indulgentes hacia nosotros mismos. Y Jesús nos exhorta a no pactar con el mal con imágenes que impactan: “Si hay algo en ti que es motivo de escándalo, córtatelo!” (cfr. vv. 43-48). Si algo te hace mal, ¡córtalo! No dice: “Si algo es motivo de escándalo, piensa sobre ello, mejora un poco…”. No: “¡Córtatelo! ¡Enseguida!”. Jesús es radical en esto, exigente, pero por nuestro bien, como un buen médico. Cada corte, cada poda, es para crecer mejor y llevar fruto en el amor. Preguntémonos entonces: ¿Qué hay en mí que contrasta con el Evangelio? ¿Qué quiere Jesús, en concreto, que corte en mi vida?

Recemos a la Virgen Inmaculada, para que nos ayude a ser acogedores hacia los otros y vigilantes sobre nosotros mismos. 

ORACIÓN DEL ÁNGELUS:

Angelus Dómini nuntiávit Mariæ. 
Et concépit de Spíritu Sancto. 
Ave Maria… 

Ecce ancílla Dómini. 
Fiat mihi secúndum verbum tuum. 
Ave Maria… 

Et Verbum caro factum est. 
Et habitávit in nobis. 
Ave Maria… 

Ora pro nobis, sancta Dei génetrix. 
Ut digni efficiámur promissiónibus Christi. 

Orémus. 
Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine, 
méntibus nostris infunde; 
ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum. 
Amen. 

Gloria Patri… (ter) 
Requiem aeternam… 

Benedictio Apostolica seu Papalis 

Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo. 
Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus, 
Pater, et Fi lius, et Spiritus Sanctus. 

Amen. 

Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas: 

hoy se celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que este año tiene por tema “Hacia un nosotros cada vez más grande”. Es necesario caminar juntos, sin prejuicios y sin miedos, poniéndose junto a quien es más vulnerable: migrantes, refugiados, desplazados, víctimas de la trata y abandonados. Estamos llamados a construir un mundo cada vez más inclusivo, que no excluya a nadie. 

Me uno a quienes, en las distintas partes del mundo, están celebrando esta Jornada; saludo a los fieles reunidos en Loreto por la iniciativa de la Conferencia Episcopal Italiana a favor de los migrantes y de los refugiados. Saludo y doy las gracias a las diferentes comunidades étnicas presentes aquí en la plaza con sus banderas; saludo a los representantes del proyecto “APRI” de la Caritas Italiana; como también a la Oficina Migrantes de la Diócesis de Roma y el Centro Astalli. ¡Gracias a todos por vuestro compromiso generoso!

Y antes de dejar la plaza, os invito a acercaros a ese monumento allí – donde está el cardenal Czerny -: la barca con los inmigrantes, y a detenernos sobre la mirada de esas personas y a acoger en esa mirada la esperanza que hoy tiene cada inmigrante de empezar de nuevo a vivir. Id allí, ved ese monumento. No cerremos las puertas a su esperanza. 

Expreso cercanía y solidaridad a aquellos que han sido golpeados por la erupción del volcán en la Isla La Palma, en Canarias. Pienso especialmente en los que se han visto obligados a dejar sus casas. Por estas personas tan probadas y por los que están trabajando en las tareas de socorro rezamos a la Virgen, venerada en esa Isla como Nuestra Señora de las Nieves. 

Hoy, en Bolonia, será beatificado don Giovanni Fornasini, sacerdote y mártir. Párroco celante en la caridad, no abandonó el rebaño en el trágico periodo de la segunda guerra mundial, sino que lo defendió hasta el derramamiento de la sangre. Su testimonio heroico nos ayude a afrontar con fortaleza las pruebas de la vida. ¡Un aplauso para el nuevo beato! 

Y os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países. En particular, saludo al Movimiento laical de la Obra Don Orione y la representación de padres y jóvenes asociados en la lucha contra los tumores. 

Os deseo a todos vosotros un feliz domingo. Y por favor, por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto! 



 

domingo, 19 de septiembre de 2021

El Ángelus del Papa

PALABRAS PREVIAS AL ANGELUS

Domingo 19 de septiembre de 2021. Al comentar la liturgia del día antes de rezar el Ángelus dominical, el Papa Francisco recordó que el valor de una persona no depende del papel que desempeña, de su éxito, su trabajo o su dinero. “La grandeza y el éxito, a los ojos de Dios, tienen otro nivel: se miden por el servicio”. E invocó a María, humilde sierva del Señor, para que “nos ayude a comprender que servir no nos disminuye, sino que nos hace crecer. Y que hay más alegría en dar que en recibir”.





Papa Francisco: «¿Quieres sobresalir? ¡Sirve! Este es el camino.»

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la liturgia de hoy (Mc 9,30-37) nos cuenta que, de camino a Jerusalén, los discípulos de Jesús discutían sobre quién «era el más grande entre ellos» (v. 34). Entonces Jesús les habló de forma contundente, que también se aplica a nosotros hoy: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (v. 35). Si quieres ser el primero, tienes que ir al final de la fila, ser el último y servir a todos. Con esta frase lapidaria, el Señor inaugura una inversión: da un vuelco a los criterios que marcan lo que realmente cuenta. El valor de una persona ya no depende del papel que desempeña, del éxito que tiene, del trabajo que hace, del dinero que tiene en el banco; no, no depende de eso; la grandeza y el éxito, a los ojos de Dios, tienen otro rasero: se miden por el servicio. No por lo que se tiene, sino por lo que se da. ¿Quieres sobresalir? Sirve. Este es el camino.

Hoy en día la palabra “servicio” parece un poco descolorida, desgastada por el uso. Pero en el Evangelio tiene un significado preciso y concreto. Servir no es una expresión de cortesía: es hacer como Jesús, que, resumiendo su vida en pocas palabras, dijo que había venido «no a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). Así dijo el Señor. Por eso, si queremos seguir a Jesús, debemos recorrer el camino que Él mismo ha trazado, el camino del servicio. Nuestra fidelidad al Señor depende de nuestra disponibilidad a servir. Y esto cuesta, lo sabemos, porque “sabe a cruz”. Pero a medida que crecemos en el cuidado y la disponibilidad hacia los demás, nos volvemos más libres por dentro, más parecidos a Jesús. Cuanto más servimos, más sentimos la presencia de Dios. Sobre todo cuando servimos a los que no tienen nada que devolvernos, los pobres, abrazando sus dificultades y necesidades con la tierna compasión: y ahí descubrimos que a su vez somos amados y abrazados por Dios.

Precisamente para ilustrarlo, Jesús después de haber hablado de la primacía del servicio, hace un gesto. Hemos visto que los gestos de Jesús son más fuertes que las palabras que usa. Y ¿cuál es el gesto? Toma un niño y lo coloca en medio de los discípulos, en el centro, en el lugar más importante (cf. v. 36). El niño, en el Evangelio, no simboliza tanto la inocencia como la pequeñez. Porque los pequeños, como los niños, dependen de los demás, de los adultos, necesitan recibir. Jesús abraza a ese niño y dice que quien recibe a un pequeño, a un niño, lo recibe a Él (cf. v. 37). Esto es, en primer lugar, a quién servir: a los que necesitan recibir y no tienen nada que devolver. Servir a los que necesitan recibir y no tienen para devolver. Acogiendo a los que están en los márgenes, desatendidos, acogemos a Jesús, porque Él está ahí. Y en un pequeño, en un pobre al que servimos, también nosotros recibimos el tierno abrazo de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, interpelados por el Evangelio, preguntémonos: yo, que sigo a Jesús, ¿me intereso por los más abandonados? ¿O, como los discípulos aquel día, busco la gratificación personal? ¿Entiendo la vida como una competición para abrirme un hueco a costa de los demás, o creo que sobresalir es servir? Y, concretamente: ¿dedico tiempo a algún “pequeño”, a una persona que no tiene medios para corresponder? ¿Me ocupo de alguien que no puede devolverme el favor, o sólo de mis familiares y amigos? Son preguntas que podemos hacernos.

Que la Virgen María, humilde sierva del Señor, nos ayude a comprender que servir no nos disminuye, sino que nos hace crecer. Y que hay más alegría en dar que en recibir (cf. Hch 20,35). 

ORACIÓN DEL ÁNGELUS:

Angelus Dómini nuntiávit Mariæ. 
Et concépit de Spíritu Sancto. 
Ave Maria… 

Ecce ancílla Dómini. 
Fiat mihi secúndum verbum tuum. 
Ave Maria… 

Et Verbum caro factum est. 
Et habitávit in nobis. 
Ave Maria… 

Ora pro nobis, sancta Dei génetrix. 
Ut digni efficiámur promissiónibus Christi. 

Orémus. 
Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine, 
méntibus nostris infunde; 
ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum. 
Amen. 

Gloria Patri… (ter) 
Requiem aeternam… 

Benedictio Apostolica seu Papalis 

Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo. 
Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus, 
Pater, et Fi lius, et Spiritus Sanctus. 

Amen. 

Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas: 

Estoy cerca de las víctimas de las inundaciones en el Estado de Hidalgo, México, especialmente de los enfermos que murieron en el hospital de Tula y de sus familias. 

Deseo asegurar mis oraciones por las personas detenidas injustamente en países extranjeros. Desgraciadamente hay varios casos, con causas diferentes y a veces complejas; espero que, en el debido cumplimiento de la justicia, estas personas puedan regresar a su patria lo antes posible.

Os saludo a todos, romanos y peregrinos de varios países —polacos, eslovacos, de Honduras… ¡Muy bien!—, familias, grupos, asociaciones y fieles. En particular, saludo a los que van a recibir la Confirmación en Scandicci y a los de la Asociación de Estudiantes del Siervo de Dios Padre Gianfranco Maria Chiti, fraile capuchino de quien se cumple el centenario de su nacimiento. 

Mi pensamiento se dirige a los reunidos en el Santuario de La Salette, en Francia, en recuerdo del 175º (ciento setenta y cinco) aniversario de la aparición de la Virgen, que se mostró entre lágrimas a dos muchachos. Las lágrimas de María recuerdan las de Jesús en Jerusalén y su angustia en Getsemaní. Son un reflejo del dolor de Cristo por nuestros pecados y una llamada siempre actual a confiarse a la misericordia de Dios. 

Os deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto. ¡Bravo por los chicos de la Inmaculada!. 



 

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Audiencia del Papa

AUDIENCIA DE LOS MIÉRCOLES DEL PAPA FRANCISCO

Miércoles 08/09/2021. Durante la catequesis pública del miércoles, el Papa reflexionó sobre un fragmento de la Carta a los Gálatas en la que San Pablo recuerda que los cristianos “somos hijos de Dios por la fe en Jesucristo”.

El Papa dijo que Dios quiere a todos los hombres, también a los que no creen en Él, pero que señaló que el cristiano tiene una relación especial con Él porque, gracias al bautismo, las personas se convierten en “hermanos de Cristo”, lo que permite “dirigirnos a Dios con confianza y llamarlo Padre”. (RESUMEN EN ESPAÑOL)


El Papa Francisco en la Audiencia General:

Papa Francisco explica por qué el bautismo no es un mero rito.

Queridos hermanos y hermanas:

En la Carta a los Gálatas, san Pablo nos recuerda que somos hijos de Dios por la fe en Jesucristo. Así, el bautismo nos reviste de una nueva dignidad, nos hace hermanos en Cristo, lo que nos permite dirigirnos a Dios con confianza y llamarlo “Padre”. 

Además, al insistir en la novedad de la revelación y la filiación divina, san Pablo afirma que hay una profunda unidad entre todos los bautizados, que va más allá de su condición cultural, social o religiosa, porque cada uno es una criatura nueva en Cristo.

En ese sentido, el Apóstol nos enseña que cualquier diferencia que se establezca entre las personas es secundaria respecto a la dignidad de hijos de Dios. Por eso los creyentes nunca deberían dar espacio a lo que separa o discrimina, sino a todo lo que favorece la llamada de Dios a la unidad y la fraternidad. 

Por tanto, el fundamento de la verdadera igualdad entre todos los miembros de la gran familia humana, es esa nueva dignidad de hijos y herederos en Cristo.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los invito a redescubrir la belleza de ser hijos e hijas de Dios, y a dar gracias por el don recibido en el bautismo, que nos hace hermanos y hermanas en Cristo, miembros de la Iglesia y partícipes de su misión en el mundo. 

En este día, los cubanos celebran a su Patrona y Madre, la Virgen de la Caridad del Cobre. Con un recuerdo agradecido de mi peregrinación a su Santuario, en septiembre de 2015, quiero presentar nuevamente a los pies de la Virgen de la Caridad la vida, los sueños, las esperanzas y dolores del pueblo de Cuba. Que dondequiera que haya hoy un cubano, experimente la ternura de María, y que Ella los conduzca a todos hacia Cristo, el Salvador. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.


TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA



«Todos, a través de la redención de Cristo y el bautismo que hemos recibido, somos iguales: hijos e hijas de Dios.» 
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos nuestro itinerario de profundización de la fe —de nuestra fe—- a la luz de la Carta de san Pablo a los Gálatas. El apóstol insiste con esos cristianos para que no olviden la novedad de la revelación de Dios que se les ha anunciado. Plenamente de acuerdo con el evangelista Juan (cf. 1 Jn 3,1-2), Pablo subraya que la fe en Jesucristo nos ha permitido convertirnos realmente en hijos de Dios y también en sus herederos. Nosotros, los cristianos, a menudo damos por descontado esta realidad de ser hijos de Dios. Sin embargo, siempre es bueno recordar de forma agradecida el momento en el que nos convertimos en ello, el de nuestro bautismo, para vivir con más consciencia el gran don recibido.

Si yo hoy preguntara: ¿quién de vosotros sabe la fecha de su bautismo?, creo que las manos levantadas no serían muchas. Y sin embargo es la fecha en la cual hemos sido salvados, es la fecha en la cual nos hemos convertido en hijos de Dios. Ahora, aquellos que no la conocen que pregunten al padrino, a la madrina, al padre, a la madre, al tío, a la tía: “¿Cuándo fui bautizado? ¿Cuándo fui bautizada?”; y recordar cada año esa fecha: es la fecha en la cual fuimos hechos hijos de Dios. ¿De acuerdo? ¿Haréis esto? [responden: ¡sí!] Es un “sí” así ¿eh? [ríen] Sigamos adelante…

De hecho, una vez «llegada la fe» en Jesucristo (v. 25), se crea la condición radicalmente nueva que conduce a la filiación divina. La filiación de la que habla Pablo ya no es la general que afecta a todos los hombres y las mujeres en cuanto hijos e hijas del único Creador. En el pasaje que hemos escuchado él afirma que la fe permite ser hijos de Dios «en Cristo» (v. 26): esta es la novedad. Es este “en Cristo” que hace la diferencia. No solamente hijo de Dios, como todos: todos los hombres y mujeres somos hijos de Dios, todos, cualquiera que sea la religión que tenemos. No. Pero “en Cristo” es lo que hace la diferencia en los cristianos, y esto solamente sucede en la participación a la redención de Cristo y en nosotros en el sacramente del bautismo, así empieza. Jesús se ha convertido en nuestro hermano, y con su muerte y resurrección nos ha reconciliado con el Padre. Quien acoge a Cristo en la fe, por el bautismo es “revestido” por Él y por la dignidad filial (cf. v. 27).

San Pablo en sus Cartas hace referencia en más de una ocasión al bautismo. Para él, ser bautizados equivale a participar de forma efectiva y real en el misterio de Jesús. Por ejemplo, en la Carta a los Romanos llegará incluso a decir que, en el bautismo, hemos muerto con Cristo y hemos sido sepultados con Él para poder vivir con Él (cf. 6,3-14). Muertos con Cristo, sepultados con Él para poder vivir con Él. Y esta es la gracia del bautismo: participar de la muerte y resurrección de Jesús. El bautismo, por tanto, no es un mero rito exterior. Quienes lo reciben son transformados en lo profundo, en el ser más íntimo, y poseen una vida nueva, precisamente esa que permite dirigirse a Dios e invocarlo con el nombre “Abbà”, es decir “papá”. “¿Padre?” No, “papá” (cf. Gal 4,6).

El apóstol afirma con gran audacia que la identidad recibida con el bautismo es una identidad totalmente nueva, como para prevalecer sobre las diferencias que existen a nivel étnico-religioso. Es decir, lo explica así: «ya no hay judío ni griego»; y también a nivel social: «ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer» (Ga 3,28). Se leen a menudo con demasiada prisa estas expresiones, sin acoger el valor revolucionario que poseen. Para Pablo, escribir a los gálatas que en Cristo “no hay judío ni griego” equivalía a una auténtica subversión en ámbito étnico-religioso. El judío, por el hecho de pertenecer al pueblo elegido, era privilegiado respecto al pagano (cf. Rm 2,17-20), y el mismo Pablo lo afirma (cf. Rm 9,4-5). No sorprende, por tanto, que esta nueva enseñanza del apóstol pudiera sonar como herética. “¿Pero cómo, iguales todos? ¡Somos diferentes!”. Suena un poco herético, ¿no? También la segunda igualdad, entre “libres” y “esclavos”, abre perspectivas sorprendentes. Para la sociedad antigua era vital la distinción entre esclavos y ciudadanos libres. Estos gozaban por ley de todos los derechos, mientras a los esclavos no se les reconocía ni siquiera la dignidad humana. Esto sucede también hoy: mucha gente en el mundo, mucha, millones, que no tienen derecho a comer, no tienen derecho a la educación, no tienen derecho al trabajo: son los nuevos esclavos, son aquellos que están en las periferias, que son explotados por todos. También hoy existe la esclavitud. Pensemos un poco en esto. Nosotros negamos a esta gente la dignidad humana, son esclavos. Así, finalmente, la igualdad en Cristo supera la diferencia social entre los dos sexos, estableciendo una igualdad entre hombre y mujer entonces revolucionaria y que hay necesidad de reafirmar también hoy. Es necesario reafirmarla también hoy. ¡Cuántas veces escuchamos expresiones que desprecian a las mujeres! Cuántas veces hemos escuchado: “Pero no, no hagas nada, [son] cosas de mujeres”. Pero mira que hombre y mujer tienen la misma dignidad, y hay en la historia, también hoy, una esclavitud de las mujeres: las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres. Debemos leer lo que dice Pablo: somos iguales en Cristo Jesús. 

Como se puede ver, Pablo afirma la profunda unidad que existe entre todos los bautizados, a cualquier condición pertenezcan, sean hombres o mujeres, iguales, porque cada uno de ellos, en Cristo, es una criatura nueva. Toda distinción se convierte en secundaria respecto a la dignidad de ser hijos de Dios, el cual con su amor realiza una verdadera y sustancial igualdad. Todos, a través de la redención de Cristo y el bautismo que hemos recibido, somos iguales: hijos e hijas de Dios. Iguales.

Hermanos y hermanas, estamos por tanto llamados de forma más positiva a vivir una nueva vida que encuentra en la filiación con Dios su expresión fundamental. Iguales por ser hijos de Dios, e hijos de Dios porque nos ha redimido Jesucristo y hemos entrado en esta dignidad a través del bautismo. Es decisivo también para todos nosotros hoy redescubrir la belleza de ser hijos de Dios, ser hermanos y hermanas entre nosotros porque estamos insertos en Cristo que nos ha redimido. Las diferencias y los contrastes que crean separación no deberían tener morada en los creyentes en Cristo. Y uno de los apóstoles, en la Carta de Santiago, dice así: “Estad atentos a las diferencias, porque vosotros no sois justos cuando en la asamblea (es decir en la misa) entra uno que lleva un anillo de oro, está bien vestido: ‘¡Ah, adelante, adelante!’, y hacen que se siente en el primer lugar. Después, si entra otro que, pobrecillo, apenas se puede cubrir y se ve que es pobre, pobre, pobre: ‘sí, sí, siéntate ahí, al fondo’”. Estas diferencias las hacemos nosotros, muchas veces, de forma inconsciente. No, somos iguales. Nuestra vocación es más bien la de hacer concreta y evidente la llamada a la unidad de todo el género humano (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 1). Cualquier cosa que agrave las diferencias entre las personas, causando a menudo discriminaciones, todo esto, delante de Dios, ya no tiene consistencia, gracias a la salvación realizada en Cristo. Lo que cuenta es la fe que obra siguiendo el camino de la unidad indicado por el Espíritu Santo. Y nuestra responsabilidad es caminar decididamente por este camino de igualdad, pero igualdad que es sostenida, que ha sido hecha por la redención de Jesús. 

Gracias. Y no os olvidéis, cuando volváis a casa: “¿Cuándo fui bautizada? ¿Cuándo fui bautizado?”. Preguntad, para recordar esta fecha. Y también celebrar cuando llegue la fecha. Gracias..