domingo, 7 de agosto de 2016

Reflexión Dominical del Evangelio

REFLEXIÓN DIARIA DEL EVANGELIO.

Domingo 07 de agosto de 2016

"AL QUE MUCHO SE LE DIO, MUCHO SE LE EXIGIRÁ."

Todos somos diferentes, por nuestra historia, por nuestros dones, por las oportunidades que se nos dan… Dios sabe de esto y él no espera que todos demos la misma respuesta delante de la vida, pero exigirá de cada uno lo que le corresponde. No puedo, por lo tanto, acomodarme y hacer lo mínimo o sólo esforzarme hasta igualarme a otros. El criterio de Dios para juzgarme no es la comparación con los demás, sino el cuánto él me ha dado. ¡Qué el esfuerzo continuo por crecer caracterice nuestras vidas! Paz y bien.

Por el Hno. Mariosvaldo Florentino, OFMCap.


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Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón." (Lc 12, 34).


¡Querido hermano, querida hermana, Paz y Bien!

En la semana pasada estuvimos reflexionando sobre la desgracia que puede provocar en nuestras vidas la avaricia, el querer siempre acumular y el materialismo. Pues bien, en este domingo Jesús sigue llamando nuestra atención sobre este peligro. El nos recuerda que nuestro corazón se encuentra en aquellas cosas que nos interesamos más y con las cuales gastamos más nuestro tiempo y nuestras energías.

Esta llamada de atención es muy oportuna porque muchas veces nos engañamos a nosotros mismos cuando pensamos o decimos que existen cosas que son las más importantes para nosotros, cuando en realidad, por los hechos, están en segundo o tercer plano. Por ejemplo, Dios, cuando hablamos de él, sin dificultades decimos que lo amamos sobre todas las cosas, y que él es lo más importante para nosotros, pero en la realidad muchas veces no tenemos tiempo para Dios, somos consumidos por tantas otras cosas, que de hecho él se encuentra en la periferia de nuestras vidas, y mantenemos con él una relación muy superficial. O sea, en este caso Dios no es nuestro tesoro, y no tenemos en él nuestro corazón, aunque lo digamos en la misa: ""Nuestro corazón está en Dios!".

Muchos dicen que la familia es la cosa más importante de sus vidas, pero en la verdad gastan mucho más sus energías con otras cosas. Están más preocupados con planes personales. O se justifican que todo lo que hacen es para los hijos, cuando en la verdad, estos hijos necesitarían mucho más del abrazo y de la presencia. En casos como este, muchas veces el bien de los hijos es sólo una máscara para disfrazar su codicia, sus ganas de tener siempre más, de acumular. Otros no consiguen renunciar a su programa de televisión, o su entretenimiento personal para estar en familia. Es claro que, si es así, aunque lo diga en palabras, en los hechos, la familia no es su tesoro, no está su corazón en la familia.

Existe también un gran número de personas que afirman que los amigos son su tesoro. Que por un verdadero amigo sería capaz de darlo todo. Pero cuando llega el momento exacto de hacerlo, cuando encuentra a este amigo en la necesidad, acaba por descubrir su triste realidad: no es capaz de renunciar a nada de su vida para ayudar a su amigo. Entonces, lo que antes parecía su tesoro desaparece como humo, y se descubre más atado a otras cosas materiales de las cuales no es capaz de dejar.

Jesús insiste: Donde está tu tesoro, allí tienes tu corazón. Yo ya encontré muchas personas que tienen su tesoro en cosas materiales o pasajeras, aunque no lo digan o no lo acepten. Algunas tienen su corazón depositado en el banco, otras el corazón está en una linda casa que posee, otras en su automóvil, otras en la carrera profesional o política, otras en un título de estudios, otras en una persona-pasión... Pero todas estas cosas son circunstanciales y en algún momento pueden venir a menos, y entonces las personas que tenían allí sus corazones se quedan destrozadas, deprimidas y arrasadas. Jesús nos invita hoy a preguntarnos: ¿dónde está mi tesoro? ¿dónde tengo mi corazón? Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos: debemos descubrir cuáles son las cosas que efectivamente ocupan nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestras preocupaciones, nuestros planes y sueños, pues estos serán los mejores indicios para descubrir dónde, de hecho, tenemos nuestro corazón, sin engañarnos a nosotros mismos con lindas palabras que tergiversan nuestra realidad.

Sólo cuando acumulamos un tesoro en el cielo, estaremos seguros de que nada lo podrá destruir, pues como dijo Jesús: en el cielo el ladrón no lo roba y ni la polilla lo consume. El modo que disponemos para acumular este tesoro en el cielo es: la caridad, el amor, el servicio a los demás, la solidaridad, el compartir... estas son las únicas cosas que nunca las perderemos y nos acompañaran hasta la vida eterna. Las otras cosas, los bienes, las posesiones, todas aquí permanecerán y tal vez, hasta serán motivo de discordia entre los que se quedarán.

¡Que el Señor nos dé el coraje de empezar a acumular este tesoro en el cielo!


El Señor te bendiga y te guarde, 
El Señor haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti. 
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la Paz.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.
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Primera Lectura: Sabiduría 18, 6-9
"Con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti"

La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

Salmo responsorial: 32
(Escuchar el salmo y descargar mp3) http://interletras.com/musicaliturgica/cantos%202/SALMOS/Ciclo%20C/54%20domingo%2019%20del%20tiempo%20ordinario.mp3




"Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad"

Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad.  R.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.  R.

Segunda Lectura: Hebreos 11, 1-2. 8-19
"Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios"

Hermanos: La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve.

Por su fe, son recordados los antiguos.

Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.

Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa-, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.

Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos- como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.

Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.

Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.

Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.

Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: "Isaac continuará tu descendencia."

Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer resucitar muertos.

Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.

Evangelio: Lucas 12, 32-48
"Estad preparados."

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.

Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.

Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.

Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.

Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.

Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre."

Pedro le preguntó: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?"

El Señor le respondió: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?

Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.

El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.

Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá."
 

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