sábado, 16 de enero de 2016

¿Por que juzgas a tu hermano? (I)


¿POR QUÉ JUZGAS A TU HERMANO? 
LA MALEDICENCIA Y LA CRITICA

 1. QUE SON LA MALEDICENCIA Y LA CRÍTICA.

No pretendemos enumerar todos los posibles significados de estas palabras, por ello no recurrimos en este tratado, a la lengua clásica para buscar la etimología de ambos términos y tampoco se seguirá la evolución a través de los textos cristianos que van del Nuevo Testamento a los antiguos escritores eclesiásticos y los Padres de la Iglesia.

Se examinarán únicamente los textos ascéticos sobre la maledicencia y la crítica.

Incluso este esfuerzo no se llevará a cabo a nivel científico, dado que la finalidad de este libro es otra.

Basilio el Grande, en sus “Reglas Breves” responde a esta pregunta "¿Qué es la maledicencia?" y, tras explicar cuanto está permitido manifestar el pecado del hermano, afirma "Con exclusión de estos casos, todas las veces que hables del otro, con el fin de difamarlo o burlarte de el, cae en el pecado de maledicencia, incluso cuando sea verdad lo que se afirma".

El Beato Antíoco del Monasterio de S. Saba ( + 620 ) repite las mismas palabras: "En ausencia del hermano no se debe hablar mal de el para difamarlo, aunque digamos la verdad. Esto seria maledicencia".

Un día preguntaron al gran Padre espiritual Barnasufio ( + 540 ) "Si veo a alguien cometiendo algún acto y se lo cuento a los demás sin criticar, sino solo mencionándolo, ¿cometo maledicencia en mi mente, padre?" Y Bernasufio respondió: "Si lo que te ha movido a hablar ha sido la animosidad, la antipatía o la pasión, entonces es maledicencia. Si lo haces sin ninguna pasión, no es maledicencia y sucede para que el mal no aumente más".

Juan Clímaco, en una obra dedicada totalmente a la maledicencia, escribe entre otras cosas: "La maledicencia es fruto del odio; es como una sutil enfermedad que vegeta como una gran sanguijuela en el cuerpo del amor. La maledicencia es falso amor, desaparición de la pureza, suciedad y un peso para el corazón".

Doroteo de Gaza afirma: "Una cosa es decir que uno ha hecho mal algo y otra cosa es criticar. La maledicencia es por ejemplo decir que uno ha mentido, se ha ofendido por algo, se ha prostituido o algo parecido. En pocas palabras, es hablar mal de una persona revelando, con mala intención, sus pecados. La crítica es afirmar que dicha persona es mentirosa, irascible o inmoral. En estos casos se critica la disposición intima de su alma y su juzga el comportamiento y la vida del prójimo. Actuando así se le condena como si realmente fuese culpable".

La maledicencia se da cuando movidos por motivos impuros, comunicamos a otros los errores del hermano, independientemente del hecho de que el contenido de las palabras sea verdadero o falso. La crítica sin embargo, se produce cuando manifestamos a otros, o a nosotros mismos, un juicio de condenación, no en relación con la acción del hermano sino con respecto a su persona. Esta distinción es importante, pero no debemos olvidar que la maledicencia y la crítica se consideran pecados aunque se diferencien en base al objeto que se refieran. Por eso se tratarán conjuntamente y se usarán a menudo como sinónimas.

2. FORMAS DE MALEDICENCIA Y CRÍTICA

Hay distintas formas de censurar o criticar; algunas inmediatas y evidentes, otras indirectas y difícilmente observables. Las primeras son típicas de personas ignorantes y desconocedoras del mal producido, mientras que las segundas son propias de hombres de mundo y de los cristianos, que saben que la maledicencia y la crítica son contrarias a las enseñanzas del Evangelio.

Al actuar así ofenden al prójimo, sin que aparentemente tengan esa intención.

Empecemos por el segundo tipo de crítica, el indirecto, cuyo ejemplo típico es la unión del elogio y la crítica. El Beato Talasio ( siglo VII aprox. ) afirma: "Sucede a menudo que la crítica al hermano esconde la envidia enmascarada con el elogio".

Y con mayor claridad, el Beato Marco el Eremita ( + 430 aprox. ) aunque parte de otro punto de vista, sostiene "El que elogia a su prójimo y lo critica al mismo tiempo, sufre de vanidad y envidia; con los elogios se esfuerza por esconder la envidia y con la crítica se descubre a si mismo."

Máximo el Confesor va mas adelante y dice al que une el elogio con la crítica, aun de forma inconsciente. "Cuando alabes habitualmente a un hermano delante de otros, estate atento a no falsear tus alabanzas, encubriendo inadvertidamente un hastío hacia él y mezclando acusaciones inconscientes a tus palabras".

Otro motivo de la maledicencia es el que tiene como motivo el amor. Juan Clímaco dice: "He oído calumniar a algunos y los he reprendido. Para defenderse, esos malvados me han respondido que lo habían hecho impulsados por el amor y la preocupación hacia alguien. Les he contestado que es mejor dejar de amar de ese modo, para que no parezca mendaz el salmo que dice "Haré perecer al que calumnia en secreto a su prójimo" ( Sal. 101,5 ) El que dice que ama, que rece mas bien en secreto y no critique a nadie. De esa forma su amor será agradable al Señor".

Otro tipo de maledicencia puede nacer de la corrección del que se ha equivocado. Tal comportamiento no ha sido aceptado jamás por los Padres, porque no han creído que un acto hecho con mala intención pudiese llevar a un buen resultado. Por el contrario han enseñado que dicha táctica solo puede hacer mal".

Entre las sentencias de los Padres del Desierto se encuentra el siguiente ejemplo "En un cenobio, un hermano fue acusado de prostitución y, afligido, se dirigió al Abad Antonio. Sus hermanos llegaron mas tarde, le reprendieron con el propósito de corregirle, utilizando mil observaciones, pero el monje seguía diciendo que era inocente. El Abad Pafnuzio de Kefalá que estaba presente en aquel momento, dijo la siguiente parábola "Una vez vi, desde la orilla de un rió, a un hombre metido en el fango hasta las rodillas. Algunos que corrieron para ayudarle, le hundieron hasta el cuello" El Abad Antonio elogio a Pafnuzio y los otros padres entendieron su error y pidieron perdón al monje que había sido calumniado, que volvió a su monasterio".

3. ¿POR QUE SOMOS IMPULSADOS A LA MALEDICENCIA Y LA CRÍTICA?

Se ha visto que hay varias formas de maledicencia y crítica por que varios son sus móviles. Entre estos, la envidia, es, a menudo, la que se considera como principal.

"Los demonios intentan por todos los medios hacernos pecar y, cuando no obtienen lo que quieren, nos impulsan a criticar a los que se equivocan. Al hacer esto, infectan nuestra resistencia a sus tentaciones. Has de saber que la maledicencia es la señal de los que guardan rencor y de los que sufren por celos: con alegría acusan y critican las enseñanzas o acciones del prójimo".

Junto a esta observación, debida a Juan Clímaco, esta la Beato Nilo de Ancira (+ final siglo IV) que dice: "Algunos que parecen ignorados a pesar de su devoción, buscan la fama a través de la maldad e, impulsados por la envidia que otros le han infundido, se esfuerzan en encontrar pretextos para criticar a los que son primeros en la virtud".

Además de la envidia y el odio, otras causas de maledicencia son: la superficialidad, las habladurías, la costumbre de contar chismes y la tendencia de sobreestimarse a sí mismo, que, según dicen los Padres, es imposible de reconocer a primera vista.

La excesiva valoración de uno mismo se presenta de dos formas; en la mentalidad farisaica o en la pretensión de que los otros sigan al que esta adelantado en la virtud.

Caritone el Confesor dice con respecto a la primera actitud "El móvil se justifica por si mismo". Y también "Evita, con todas tus fuerzas, juzgar a tu hermano, porque el juicio nace de un alma llena de desprecio. El que critica se comporta como un fariseo, porque se presenta como un santo para autojustificarse".

Con respecto a la segunda forma de sobreestimarse. Doroteo de Gaza dice: "No somos auténticos virtuosos si tenemos la pretensión de que nuestro prójimo nos imite. Le inducimos a hacer o le acusamos de no hacer una determinada acción, en vez de desear para nosotros el cumplimiento de los mandamientos. ¡¡Debemos acusarnos a nosotros mismos y no a los demás!!

4. LAS CAUSAS DE LA MALEDICENCIA Y LA CRÍTICA 

Buscar las causas de la maledicencia y la crítica, con independencia de los móviles que conducen a ella, significa encontrar el motivo profundo del pecado en el hombre.

Todas las causas de la maledicencia (la parcialidad y la pseudo seguridad de juicio humano, la imposibilidad de valorar objetivamente las situaciones de los demás, la ignorancia de los pensamientos de Dios ) se pueden reducir a cuatro raíces profundas del mal: dos de naturaleza gnóstica y dos de carácter moral.

Las primeras aluden, en otras palabras, a la concepción personal del pecado, mientras que las otras se refieren al sentimiento que impulsa al hombre a pecar. La cuarta causa de maledicencia, que esta en la base del juicio de los seglares hacia los monjes, radica en la idea de que el ejercicio espiritual cambia no solo el carácter de la persona, sino también su naturaleza.

La primera causa de maledicencia parte de la concepción, típicamente agnóstica, de que toda acción lleva en si misma la impronta del mal o del bien. Si fuese así, se podría controlar el pecado o la virtud y juzgar la moralidad del prójimo en base a su comportamiento, pero dicha concepción no es en absoluto cristiana (a pesar de que los cristianos estén convencidos de ellos desde hace mucho tiempo ), porque no tiene en cuenta la intención, que es fundamento de la moralidad. Y cuando se habla de intención no se debe pensar solo en la de aquel que es juzgado, sino también en la intención del que juzga.

Según la enseñanza de los Padres, no es permitido en base a las apariencias, porque las vías de la perfección son múltiples y diversas.

Dos ascetas pueden comportarse de forma totalmente diferente ante un mismo acontecimiento y seguir ambos la vía justa, por mas que su profundo y común criterio se resuma en el dicho "por Dios".

"Abbá Antonio evitaba la compañía de los demás hermanos y prefería la soledad y el silencio. Un compañero suyo Abbá Moisés, era, por el contrario cordial y hospitalario. Una vez un monje que había visitado a los dos se asombro de su comportamiento tan distinto, y sintió la necesidad de hacer algún comentario. Entonces uno de los Padres, al oírlo, oro a Dios diciendo. "¡Señor, explícame por que el primero se aleja del mundo por Tu nombre y el segundo abraza al mundo en Tu nombre". Y he aquí que aparecieron dos naves inmensas sobre el rio: un una el Abbá Antonio y el Espíritu de Dios navegaban tranquilos; en la otra estaban Abbá Moisés y los ángeles de Dios que le nutrían de miel".

Sobre este tema se expresa también Doroteo de Gaza:  "Me acuerdo que oí este relato: una nave con cautivos a bordo hizo escala en una ciudad. Vivía en ella una mujer piadosa que se alegro de tener noticia de la llegada de la nave, porque desde hacia tiempo deseaba adquirir una muchacha para educarla. Pensaba, en efecto, que si la educaba en base a sus propios principios no aprendería la maldad de este mundo. Subió a la embarcación y adquirió una de las dos muchachas que había. La segunda, en cambio, fue comprada por un cómico. ¡He aquí que misteriosos son los designios de Dios¡ La mujer piadosa educará a aquella joven en el temor de Dios y en la practica de las buenas obras, embebida en los ejemplos de los monjes y santificada por el perfumes de los santos mandamientos divinos. De la segunda criatura, que toco en suerte al hombre de teatro, el demonio hará su propia criatura: ¿Qué otra cosa le podría enseñar un hombre de mundo, salvo perder su alma?. Así como una se ha encontrado en las manos de Dios, también la otra se ha encontrado en las manos del diablo. ¿Cómo se puede pretender que Dios exija lo mismo de ambas? ¿Acaso seria posible?. Supongamos que caen las dos en el pecado de la prostitución o en otro pecado moral: ¿podemos decir, quizás, que la culpa tiene idéntico valor para ambas? La primera ha crecido con la mirada puesta en el Juicio Universal y en el Reino de Dios; la segunda, la infeliz, jamás ha oído hablar de la bondad: por el contrario, ha crecido entre obscenidades y fechorías ¿Cómo se puede pretender de las dos un comportamiento idéntico?"

Simeón Metafrasto dice las mismas cosas en un aforismo dedicado al pecado. En la obra donde se recogen varios escritos auténticos de Basilio el Grande o atribuidos a el, se afirma: "Los pecados de los hombres o bien son involuntarios o previenen de una intención malvada. Los primeros son juzgados con tolerancia, los segundos son castigados duramente. Hay algunos que pecan porque desde la infancia han sido educados de forma errada, pues han nacido de padres injustos y crecido entre obscenidades y acciones perversas. Otros sin embargo han tenido muchas ocasiones de progresar en la virtud, porque han sido educados con modestia o con buenos consejos de sus padres o justas enseñanzas de sus maestros. Finalmente, otros han frecuentado los Padres espirituales y han practicado el ayuno y educado su propia alma. No obstante, si uno de estos es arrastrado por el pecado ¿ no es quizás justo castigar duramente a dicho culpable? El primero será acusado de no haber utilizado justamente las ocasiones salvíficas que Dios a sembrado en la mente de los hombres; el segundo será culpado de haber traicionado la ayuda recibida y de haber caído en una vida disoluta a causa de su negligencia".

En este punto es necesario advertir al lector que, leyendo las “Reglas Breves de Basilio el Grande”, podríamos tener la impresión de que el Padre dice sobre este asunto lo contrario de lo que ha afirmado en el párrafo citado. Pero no se trata de una contradicción, sino de una profundización ulterior del mismo problema.

En efecto, este gran obispo escribe en dicha obra "La crítica a una persona depende de la intención con la que se comete el pecado y del modo como lo ha hecho ¿ es acaso el pecado de un hombre piadoso idéntico al de un hombre indiferente?. La diferencia entre ambos es enorme. El hombre piadoso precisamente por serlo, no solo experimenta angustia, sino que lucha por dar gracias a Dios. Si ha caído, lo ha hecho por eventualidad y sin quererlo. El indiferente, en cambio, no da importancia a si mismo ni a Dios y, al no ver ninguna diferencia entre el pecado y el hacer el esfuerzo de hacer el bien, es culpable de grandes faltas, como son el desprecio a Dios y el no creer en El. De tal modo que desprecia a Dios y por eso peca, o bien rechaza Su existencia y, aunque se crea lo contrario, se daña a si mismo por sus intenciones malvadas".

Este texto se diferencia de los precedentes en dos puntos: el hombre creyente peca parcialmente si es arrastrado por el mal, y el ateo se condena por su responsabilidad personal y no, como anteriormente, por la mala educación recibida.

A propósito de las buenas acciones pensemos en lo que dice el Señor: "De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid ¡¡Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer!!" ( Lc. 17,10 ).

A pesar de los progresos espirituales, cuesta trabajo comprender las palabras que S. Pablo dice de sí mismo: "Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo" ( 1ª Tim. 1,15 ). Precisamente el, que afirma que es el primero de los pecadores, puede decir que ha trabajado mas que todos los otros apóstoles: "Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mi. Antes bien, e trabajado mas que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que esta conmigo" ( 1ª Cor. 15,10 ).

La segunda causa de la maledicencia, en estrecha relación con la primera, es la visión “jurídica” de la moral cristiana. Esta crea la idea de que la enseñanza cristiana es algo que viene impuesto por Dios como modelo de comportamiento y no como sentido profundo de la vida. El pecado se ve entonces como violación y no como daño personal; tanto es así que se llega a la paradoja de que el creyente mira al pecado con simpatía y al pecador con celos.

Para analizar el problema mas a fondo, supongamos que un conocido nuestro esta gravemente enfermo o ha sufrido un accidente. Si no somos malvados, es natural que experimentemos pena por el, tratemos de ayudarle y demos gracias a Dios de no estar en su lugar. ¿Por qué, mostramos un comportamiento totalmente distinto cuando el mismo conocido se cubre de una mancha moral?  ¿Por qué en lugar de llorar, nos llenamos de ira y sentimos satisfacción?  ¿Por qué, en lugar de ayudarle le acusamos y, en lugar de alabar a Dios por no estar en su situación, nos sentimos orgullosos de nuestras virtudes? El motivo es evidente: en primer caso afirmamos que el accidente a sido verdaderamente nocivo; en el segundo caso, sin embargo, no estamos seguros del todo del daño producido por el pecado y nos comportamos como personas celosas.

Estas causas de maledicencia y crítica valen, sobre todo, para el que se inicia en la vida cristiana; es decir, para las dos primeras de las tres categorías de creyentes ( los esclavos, los súbditos y los hijos ) presentes en la subdivisión de los Padres.

La tercera causa hay que buscarla según los Padres, en el orgullo. Entre los móviles de la maledicencia y la crítica, ya mencionados, esta también el dicho fariseísmo “justifícate a ti mismo” Es un móvil egoísta porque separa al hombre de su semejante y le pone fuera de la sociedad en base al concepto de que el hombre es autónomo y puede existir y vivir sin la gracia de Dios. El pecado original se repite; la ruptura de la relación del hombre con Dios engendra la separación con de sus semejantes.  ¿ Que otra cosa seria, sino ruptura con Dios, la pretensión de vivir solos en la virtud?

Abbá Ammón ( + 396, aprox. ) afirma que es odioso "considerarse a sí mismo algo o afirmar ser mejores que otros en la virtud".

Sobre el mismo tema, Evaglio Póntico ( + 345 aprox ) cuya influencia sobre la espiritualidad monástica es notable, escribe "Si el hombre, antes que nada, no se humilla, no podrá luchar. Sin la humildad desprecia la gracia de Dios y desprecia al mismo tiempo también a su prójimo, afirmando que ha trabajado mas que él".

La cuarta causa de la maledicencia radica en la falsa convicción de que el ejercicio ascético cambia no solo el carácter de los monjes, sino también su naturaleza; de modo que todo el pecado, incluso el mas pequeño, produce una mutación natural en los monjes.

Sobre este tema un escritor anónimo dice: "Debéis estar muy contentos de vuestras relaciones con los hombres del mundo. Porque ellos no tienen experiencia del ejercicio ascético y se equivocan en el modo de criticar a los monjes. Creen que  estos, puesto que han cambiado su forma de vivir, han cambiado no solo sus reglas sino, incluso su misma naturaleza. Ellos no consideran a los ascetas como hombres que sufren por sus propios males  y que los superan con la fuerza del alma, sino que se creen que se han librado de todos los males que son propios de la naturaleza de sus cuerpos. Por tanto, como parten de una posición falsa, apenas ven a un hombre espiritual salirse de la vía justa, se transforman de admiradores fanáticos en acusadores implacables, y se lamentan de si mismos por que le habían elogiado en el pasado. Así como la caída de un atleta arrastra a su adversario, que le sigue, así también los hombres apenas ven caer a un asceta virtuoso se mofan de el y le lanzan las flechas de sus palabras. No piensan que también ellos, todos los días, son heridos por las flechas del mal".


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