sábado, 30 de enero de 2016

Reflexión Dominical del Evangelio

REFLEXIÓN DIARIA DEL EVANGELIO.

Domingo 31 de enero de 2016

"PASANDO EN MEDIO DE ELLOS, CONTINUÓ SU CAMINO"

También nosotros debemos aprender con Jesús cómo comportarnos delante de aquellos que nos quieren hacer el mal. Delante de aquellos que, con sus críticas o calumnias, movidos por los celos, la envidia, o la inseguridad, nos quieren llevar al barranco del desánimo, del odio, de la frustración para destrozarnos, debemos con serenidad y comprensión, perdonar y pasando entre ellos, seguir adelante como hizo Jesús. Paz y bien. Paz y bien.

Por el Hno. Mariosvaldo Florentino, OFMCap.


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“Jesús dijo: «Ningún profeta es bien recibido en su patria...» Al oír estas palabras, todos en la sinagoga se indignaron. Se levantaron y lo arrastraron fuera de la ciudad, llevándolo hasta un barranco del cerro en el que está construida la ciudad, para arrojarlo desde ahí. Pero él, pasando en medio de ellos, siguió su camino.” (Lc 4, 24.28-30).

¡Querido hermano, querida hermana, Paz y Bien!

Jesús estaba predicando en la sinagoga de su pueblo, donde las personas le conocían, donde estaban ciertamente sus parientes, sus vecinos, su amigos, sus compañeros ... y allí él percibió que aunque había una cierta admiración hacia él, al mismo tiempo había una fuerte desconfianza. Aquellos que siempre lo vieron desde pequeñito, no eran capaces de creer que él era el Mesías enviado por Dios.

Este es un hecho muy real y común en nuestras vidas: no damos mucho valor a quienes tenemos muy cerca. «Ningún profeta es bien recibido en su patria.»

Por ejemplo, preferimos dar más valor a lo que dicen los extraños, antes que lo que dicen nuestros padres, o personas cercanas. Creemos que son mejores las cosas importadas, y dejamos de lado lo que es hecho por nuestra gente. Valorizamos los talentos de los desconocidos, elogiamos su voz, reconocemos su inteligencia, su competencia, pero los talentos de las personas que están a nuestro alrededor muchas veces ni nos damos cuenta que existen.

¿Quién de nosotros ya no se sintió dejado de lado exactamente por aquellos que deberían ser los más cercanos? Pero ciertamente también todos nosotros ya hicimos la misma cosa con los demás. El problema es que cuando somos nosotros los que despreciamos a nuestros cercanos, ni nos damos cuenta. Sin embargo, cuando sufrimos la indiferencia o el menosprecio de parte de ellos, entonces nos duele muchísimo, y nos creemos la víctima más grande de la historia.

Tengo la impresión de que, como raíz de este problema, está nuestro egoísmo y nuestra inseguridad. Por lo general, las personas que nos son cercanas son percibidas por nosotros como una especie de amenaza, pues vivimos en una constante “secreta” competición. En el ambiente familiar, por ejemplo, los hijos buscan siempre conquistar su propio espacio, y por eso contradicen a los padres, y se rebelan... los padres quieren hacer valer su autoridad ciegamente pues, a veces, se sienten amenazados por los hijos que van creciendo, que se instruyen y en algunas cosas llegan a superarlos. Entre los esposos existe una cierta disputa para ver quién decide, quien paga, quien es el más amado, quien es el más importante. Entre los hermanos desde muy pequeñitos, con los celos, se empieza a disputar la atención, el cariño, y así, cada uno intenta de todos los modos posibles ser el predilecto. Lo mismo entre los compañeros de escuela, de trabajo, de asociación deportiva, del grupo de la iglesia y hasta entre amigos.

Esto se manifiesta, por ejemplo, en la facilidad que tenemos en reconocer los errores de los demás. Pueden hacer 100 cosas muy buenas, que ni nos damos cuenta, pero una que le salga mal ya nos salta a los ojos y hasta parece que nos hace bien decirlo, y parece que nos consuela y conforta el criticar los equívocos ajenos. Hacer un elogio a una persona con quien convivimos exige un alto grado de humildad y mucha madurez, pues significa colocar a luz la capacidad del otro. Evitar de hacer una crítica exige también una gran humildad y madurez, pues en general nuestra crítica, no quiere tanto ayudar al otro a mejorar, sino que solamente puntualizar su equivocación. Queremos, en general, ensuciar la imagen de quien criticamos, pensando que así nosotros pareceremos mejores.

Tal vez hasta podamos pensar que esta competencia, aunque a veces muy sutil, sea un hecho verificable en todas las relaciones humanas cuando compartimos un espacio común. Hasta mismo, entre los discípulos de Jesús, hubo estos conflictos (Mc 10, 35-41). Tener conciencia de esto nos ayuda a, por un lado a perdonar con mayor facilidad cuando lo sufrimos, y por otro, intentar frenarnos cuando nuestras críticas o nuestro desprecio nacen del miedo de reconocer en el otro, alguien que me supera en algo.

Para todos nosotros es mucho más fácil reconocer el bien, los valores, los talentos... en aquellos que están lejos de nosotros y no nos constituyen una amenaza. Aceptar un consejo, reconocer la razón, atender a las indicaciones, hacer un elogio a alguien con quien comparto la vida cotidiana es un gesto que exige adueñarse de sí mismo, y superar al menos en algún sentido, la tal competencia, para hacer crecer el espíritu de fraternidad.

Algo semejante sucedió con Jesús, después de proclamar su misión en su pueblo, la gente al principio estaba admirada, pero luego empezaron las críticas, las desconfianzas, el decir: “a este yo le conozco desde pequeñito ¿qué es lo que ahora nos quiere enseñar?!” Y querían matar a Jesús, querían paralizarlo. Querían impedir que continuase su camino de crecimiento. Con todo, Jesús no se dejó vencer; al contrario, “pasando en medio de ellos, siguió su camino.”

También nosotros debemos aprender con Jesús cómo comportarnos delante de aquellos que nos quieren hacer el mal. Delante de aquellos que, con sus críticas o calumnias, movidos por los celos, la envidia, o la inseguridad, nos quieren llevar al barranco del desánimo, del odio, de la frustración para destrozarnos, debemos con serenidad y comprensión, perdonar y pasando entre ellos, seguir adelante como hizo Jesús. Y sobre todo, evitar hacer lo mismo con los demás. Debemos estar siempre atentos, pues muchas veces, somos nosotros quienes buscamos conducir a nuestros hermanos, amigos y colegas... al barranco de la destrucción, a veces hasta disfrazados de quien quiere sólo el bien.

El Señor te bendiga y te guarde, 
El Señor haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti. 
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.
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Primera Lectura: Jeremías 1, 4-5. 17-19
"Te nombré profeta de los gentiles"

En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré:

te nombré profeta de los gentiles.

Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando.

No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.

Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país:

frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo.

Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.» Oráculo del Señor.

Salmo responsorial: 70
(Escuchar el salmo y descargar mp3) Mp3




"Mi boca contará tu salvación, Señor".

A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.

Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías. R.

Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.

Segunda Lectura: 1Corintios 12, 31-13, 13
"Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor"

Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.

Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.

Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.

Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.

El amor no pasa nunca.

¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará.

Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.

Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.

Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce.

En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

Evangelio: Lucas 4, 21-30
"Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos"

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír."

Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.

Y decían: "¿No es éste el hijo de José?"

Y Jesús les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún."

Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio."

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba .”

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